miércoles, 18 de noviembre de 2020

VÉRTIGO

Sentarse a ver Vértigo (Vertigo, 1958), que en España llevó como subtítulo De entre los muertos, es disfrutar de coches antiguos y de decoración, de arquitectura y de San Francisco, de moda, de erotismo... Y de Kim Novak. Un drama psicológico con un buen guión y por supuesto una dirección soberbia para llevar a cabo un thriller puro (en EE.UU. no existe el cine negro y todo es susceptible de ser un thriller, pero aun así Vértigo no es un noir, aunque bordee sus límites, se adentre y vuelva a salir), o acaso el invento de algo totalmente nuevo. 

Discutirle a Hitchcock cualquier aspecto es una obscenidad, incluso hasta cuando vuelvo a visionar la película y me pregunto si no hubiese sido más conveniente haber postergado unos minutos más el momento en el que (la ya) Judy Barton recuerda cómo sucedió todo, reforzando así, de cara al espectador, ese plano medio en el que se aprecia su bello perfil a contraluz y modula por un momento la voz con la intención de delatarse, o como cuando se niega a vestirse como la difunta obsesión en carne y hueso de Stewart. Me lo pregunto, hasta que termino por responderme que no; en Vértigo ni tan sólo existe el indicio del fallo, pues a Hitchcock nunca le importó revelar quién era el asesino (recuérdese Psicosis) sino el cómo y el proceso, y en ello radica parte de su maestría. 

Kim Novak en su doble papel como Madeleine Elster y Judy Barton, aquí como la última.

VALORACIÓN: 10/10 (Obra maestra)


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