martes, 17 de noviembre de 2020

CASABLANCA

Críticos y cinéfilos coinciden unánimemente en señalar Casablanca como una de las cumbres del séptimo arte, e incluso una considerable mayoría la consideran la mejor película jamás rodada; yo estoy entre ellos (junto a la trilogía de El padrino, Centauros del desierto, El hombre que mató a Liberty Valance y La diligencia, El hombre tranquiloPerdición, Sin perdón, Ordet y Dies Irae, Vértigo y Con la muerte en los talones, Retorno al pasadoStromboli y su trilogía de guerra...). 

Pero en Casablanca (Casablanca, 1942), dirigida por Michael Curtiz, nada es lo que parece, ni la historia que va hilvanándose ni el propio rodaje, caótico desde el comienzo, un guión escrito al tiempo que se rodaba o la (imperceptible) tirantez entre los dos protagonistas principales... para el profano explicar que la película ni siquiera está rodada en Marruecos, que para ambientar el aeropuerto se usaron transparencias, que Bogart usó alzas para parecer más alto que Ingrid Bergman, o que la frase «Tócala de nuevo, Sam», tan arraigadas en el imaginario popular, jamás existió. 

Posteriormente se quiso copiar la fórmula con Pasaje a Marsella o Sirocco, pero todo resultó en vano. Casablanca superó todo lo que aparentaba y no era, e incluso el estar abocada al fracaso. Pocas veces todo lo anterior llega a transformarse en perfección y magia: cine, en su más alta pureza; sólo Cine.

Bogart y Lorre.
 

VALORACIÓN: 10/10 (Obra maestra)

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