jueves, 16 de febrero de 2023

EL 7° DÍA

Hay algo en esta película que Carlos Saura rodó en 2004 que me hace recordar a No es país para viejos, el filme dirigido y producido por los hermanos Coen tres años más tarde basándose en la novela que Cormac McCarthy publicó en 2005, con un común denominador entre ambas historias: la violencia brutal en el ámbito rural; pero al mismo tiempo revistiendo una sustancial diferencia: que la película de Saura está basada en hechos reales. Me recuerda, como afirmaba, a No es país para viejos, pero en tal caso tendríamos que saber si los Coen o el propio McCarthy conocían la película de Saura y el magnífico guión de Loriga, o yendo más lejos si tenían alguna noción del salvaje crimen acaecido en tierras españolas, si bien esto parece no ser sino la loca elucubración del que escribe esta reseña.   

El 7° día narra la atroz masacre que tuvo lugar en Puerto Hurraco el 26 de agosto de 1990, en la que los hermanos Emilio Izquierdo (José Luis Gómez) y Antonio (Juan Diego), enfrentados a la familia Cabanillas, asesinaron con arma de fuego a nueve personas dejando a otras doce gravemente heridas; la enconada enemistad venía de lejos, por problemas de tierras agravada por un asunto sentimental. La película fundamenta su atracción en el triángulo que forma el fantástico guión de Ray Loriga, que aporta una agilidad inquietante al desarrollo de la trama, la propia dirección de Saura y por supuesto un elenco de actores que con una magnífica interpretación hacen que la película sea absolutamente creíble, entre los que cabe destacar a los ya citados Juan Diego y José Luis Gómez, Yohana Cobo, José García, Victoria Abril o Carlos Hipólito. 

El filme de Saura es sencillo, sin fuegos de artificio, tal y como acostumbran a ser sus películas y repleto de la crudeza que el director aragonés suele imprimir a muchas de ellas, en este caso más justificada que nunca, mediante un desarrollo intenso y sin lugar al tedio que no se detiene en aspectos ajenos a la propia trama, recreando a la perfección el ambiente de una España profunda que no queda tan lejos en el tiempo y como si el tremendismo (la técnica literaria) tomase cuerpo en forma cinematográfica, sin olvidar la buena dirección fotográfica de François Lartigue, llena de contraluces y sombras, y la inquietante música de Roque Baños, en este terrible suceso que forma parte de la historia más negra de nuestro país.   

Juan Diego y José Luis Gómez como los hermanos Izquierdo.

VALORACIÓN: 7.5/10

miércoles, 28 de diciembre de 2022

TENIENTE CORRUPTO

Resulta utópico imaginar que esta misma película pudiera pasar la tijera censora de este siglo XXI ya bien avanzado, en una sociedad marcada por lo políticamente correcto y por una sucesión de clichés culturales ausentes de toda inventiva y originalidad, sí bien Teniente corrupto (Bad Lieutenant, 1992) se sirva de ideas habituales y radicalmente recurrentes en el neo-noir. Sin ir más lejos, Harvey Keitel protagonizará años más tarde junto a Stallone, el fallecido Ray Liotta y Robert De Niro, una interesante cinta: Copland (Cop Land, 1997), dirigida por James Mangold, si bien comparada con la de Ferrara es un tierno relato de Disney. Para que no existan confusiones, en nada tiene que ver la cinta de Ferrara, ni por el argumento ni por la calidad, con la obra homónima de Werner Herzog, un descafeinado y fallido remake (como casi todos, y en este ni eso) que protagonizaron en 2009 Nicolas Cage y Eva Mendes. 

El filme de Ferrara se centra en la vida y obra de un policía de Nueva York que protagoniza Harvey Keitel (cuya actuación es sobresaliente) del que nunca conocemos su nombre, un hombre cuya existencia zozobra en un mar de alcohol, drogas y mujeres, que trapichea con los propios camellos, se apropia del material incautado y abusa de su autoridad sin lugar al remordimiento, apostando importantes cantidades de dinero en un play-off de baloncesto que lo aboca a la ruina y más aún a la locura. Entre los chutes de heroína, que el director muestra de manera explícita y descarnada, su adicción a la cocaína y el crack, la brutal violación de una monja (Frankie Thorn) en plena iglesia por parte de varios individuos, a la que sabemos que ha sido penetrada con un crucifijo, despierta el interés del teniente, momento en el que debido al sentido religioso del protagonista parece ser el punto de inflexión del policía, aunque sólo es un espejismo, y no por la imposibilidad de éste por redimirse de sus acciones, también porque la trama ideada por Ferrara no tiene un clímax, o no uno solo, ya que toda la historia resulta una frenética montaña rusa.     

Abel Ferrara es uno de esos directores que con apenas un par de obras pasará a la historia del cine por su particular visión de la vida más turbia, de los bajos fondos y de los instintos más básicos, exponente de la moralidad desde la ausencia de inmoralidad, su gusto tajante por la violencia, la venganza y una religiosidad católica que traspasa todos esos elementos. Junto al filme que nos concierne, cabe destacar de Ferrara El funeral (The Funeral, 1996), una vuelta de tuerca de El padrino de Coppola que recoge todos los ingredientes anteriormente citados, aportando una mirada de la mafia desde diferentes ángulos mediante el retrato de una familia de los años 30. 

Imposible acabar este apunte sin destacar el guión de Teniente corrupto, firmado por el propio director en colaboración con Zoë Lund, que asimismo actúa en el filme como suministradora de sustancias del policía (y que ya estuvo en 1981 a sus órdenes en otra singular película, Ms. 45), un guión que conjunta toda una gama de profundos y complejos componentes que bien podría haber salido de la mano de Paul Schrader (Taxi Driver, Obsesión, La última tentación de Cristo...), preñado de intensos tintes religiosos, un mundo apocalíptico marcado por una suerte de rendición bíblica que choca con la inmoralidad del protagonista y su educación cristiana y hasta visiones de Cristo en pleno delirio de drogas, y que ataviado con un crucifijo que cuelga de su pecho el director nos muestra una y otra vez. Para el guión de la cinta, de la que Lund afirma haber codirigido varias escenas, ésta se basó en sus propias experiencias con las drogas. Zoë Lund falleció en París el 16 de abril de 1999 con 37 años de edad, víctima de un ataque al corazón debido a su adicción a la heroína y la cocaína.

Teniente corrupto es un filme duro de visionar y de asumir desde el punto moral, una escabrosa historia que Abel Ferrara lleva a cabo de manera soberbia y que a buen seguro él, y muy pocos directores más, podrían haber rodado; es repulsiva, remueve las tripas y resulta imposible de aguantar, por supuesto, pero debe degustarse como un magnum opus y una obra de culto que ya es.  

Harvey Keitel, como el teniente.

VALORACIÓN: 9/10

miércoles, 15 de diciembre de 2021

SEVEN

Hace unos días, estando en casa de mis padres, una noche me propuse probar un viejo reproductor de cintas de VHS, y decidí hacerlo con Seven (Seven, 1995), película dirigida por David Fincher que durante el año posterior a su estreno visioné de forma compulsiva de la misma forma como me ocurriría con El club de la lucha, también del mismo director, o mucho antes con El silencio de los corderos, obra maestra de Jonathan Demme. A pesar de todo, aunque recordaba el filme en términos generales, no era capaz de hacerlo en sus infinitos detalles. 

Basada en un magnífico guión firmado por Andrew Kevin Walker, y rodada con una estética de videoclip, mundo del que procedía Fincher, Seven es a la vez un thriller, un neo-noir y una película de asesinos en serie que a la postre terminaría de asentar las bases del thriller que llegaría a lo largo del final de esa década y de la siguiente. 

La película y sus acontecimientos vienen marcados por los siete pecados capitales a los que el ensañamiento de un asesino en serie somete a sus víctimas, caso del que se hace cargo el teniente Somerset (Morgan Freeman), en sus últimos días en activo, y un joven detective David Mills (Brad Pitt), tan diferentes entre sí tanto en su forma de ser, de proceder y hasta en el vestuario, en definitiva dos estilos tan diferentes cuya empresa colaborativa parecía en un principio condenada al fracaso, llega llega poco a poco a cohesionarse, gracias también a Tracy Mills (Gwyneth Paltrow), esposa de Mills.   

Si todos los elementos de Seven funcionan como el mecanismo perfecto de un reloj, con el ya citado guión y la fabulosa dirección, a ello hay que sumarle la fotografía de Darius Khondji (Alien: Resurreción, La novena puertaMedianoche en París, Amour...) así como la música que un especialista como Howard Shore (El silencio de los corderos, Philadelphia, The Game, El señor de los anillos...)  compuso para la película, pero por supuesto la interpretación de los personajes principales, y muy especialmente la de Kevin Spacey en el papel del psicópata John Doe, que no se anunció en los títulos de crédito y no llegó a aparecer en escena hasta el tramo final del filme, y aunque con un pequeño papel, Spacey borda la actuación tal y como hizo en Sospechosos habituales, ambos dos papeles memorables.

La casualidad quiso que cuando terminamos la película, y esperando a que la cinta se rebobinase, la pasaban en una de las cadenas, y no pude reprimirme a volver a verla, aunque el resto se fuese a la cama. Resaltaba de manera asombrosa la calidad de la imagen frente a la del cassette de VHS, pero además observé que en éste el formato era de pantalla completa mientras en la versión televisiva panorámico. Por lo demás igualmente deleitable. 

   

VALORACIÓN: 8

miércoles, 10 de noviembre de 2021

LA CASA EN LA SOMBRA

Nicholas Ray filmó una veintena de largometrajes, pero ninguno de ellos puede considerarse una obra maestra absoluta como sí hallamos numerosas en la filmografía de John Ford, Hawks, Dreyer, Rosselini o Hitckcock, y sin embargo en media docena de ellas hay momentos de tal extraña sublimidad, que hacen de Ray uno de los cineastas más especiales de la historia. La casa en la sombra (On Dangerous Ground, 1951), sin ser una película perfecta y con ciertas carencias, lleva su sello, y como gran parte de sus obras, es crepuscular y fragmentaria. 

La casa en la sombra está dividida en dos partes bien definidas, la primera de auténtico cine negro que queda introducida por una suerte de trepidante documental en el que se nos muestra la rutina de la policía en una gran ciudad norteamericana en los años 50, está protagonizada por Robert Ryan en el papel de Jim Wilson, un violento policía en el que queda de manifiesto su absoluta soledad, a diferencia de sus otros dos compañeros, uno de ellos con media docena de hijos, y el otro, por ejemplo, ayudado por su mujer a vestirse de manera litúrgica como si fuera un torero. Este primer tramo de película se desarrolla por completo de noche, parte que no estaba originalmente en el guión de A. I. Bezzerides (basado en la novela de Gerald Butler Mad with Much Heart) y que Ray se empeñó en incluir, resultando un verdadero acierto. Tras los serios avisos que recibe Wilson de su superior sobre su conflictivo comportamiento, éste es destinado durante un tiempo a otro lugar, en concreto a una zona rural a setenta millas con el fin de resolver un asesinato, momento en el que da comienzo la segunda parte en lo que supone una dislocación del género, como ocurre en El último refugio o en Retorno al pasado, o, incluso extrujando más este aspecto, en La casa de bambú, de Samuel Fuller, que aunque totalmente urbana tiene lugar en Tokio. Y con este argumento se desarrolla la película, teniendo como escenario una zona montañosa y sobre un paisaje nevado que recuerda a El gran silencio, el mítico spaghetti western de Sergio Corbucci. 

Como sucede con Los amantes de la noche, la ópera prima de Ray, y a mi entender mejor que esta que nos concierne, ambas se dejan llevar por unos gramos de más de sentimentalismo que a la postre acaba desestabilizando la esencia del propio filme, en el que por encima de todas destaca la interpretación de Ida Lupino como Mary Malden, una chica ciega hermana del asesino al que encubre a toda costa. Robert Ryan también está notable en su papel, así como Ward Bond, el famoso secundario del western, haciendo de Walter Brent, el padre colérico que desea vengar la muerte de su hija. Como siempre, la música de Bernard Herrmann es otro factor reseñable y un punto a favor de la película.

La forma que tiene Nicholas Ray de entender el cine no parece hallarse en otros directores, y esa puede ser su seña de identidad: un cineasta hecho a sí mismo que carece de una clara influencia de tal forma que parece como si él fuese un prístino creador. Sin embargo fue clave en su desarrollo Elia Kazan, mientras que Ray resultó fundamental en la carrera de dos directores: Jim Jarmusch, que fue asistente de dirección de Nicholas, y Wim Wenders, que le dio un pequeño papel en la maravillosa película El amigo americano (Der amerikanische Freund), de 1977, y filmaron conjuntamente Relámpago sobre agua (Lightning Over Water, 1980), descarnado documental que relata los últimos meses de Ray.    

Nicholas Ray tuvo serios problemas en sus últimos filmes: Rey de reyes y 55 días en Pekín, en los que no se le dejó hacer su cine, siendo de esta última literalmente despedido. Precisamente son éstas las dos películas suyas que menos me gustan, en donde no se aprecia al Ray auténtico, encorsetado en una gran producción y lo contrario a lo que se percibe en Los amantes de la noche, En un lugar solitario o Chicago, año 30Nunca volveremos a casa (We Can't Go Home, 1973) es la coda final a su forma de ver el cine, un (innecesario) experimento en el que mezcla fotogramas de diferentes formatos (Super 8, 16 mm, 35 mm...), pero que por otro lado sí es fiel a la idea primigenia de Ray. 

Como otros creadores artesanales (Sam Fuller, Joseph H. Lewis, Jacques Tourneur, Roger Corman), Ray necesitaba de plena libertad para la creación suprema, y resultó ser un artista que remanece de la estirpe de esos malditos que han poblado la literatura, el arte y por supuesto el cine. ¿Qué sería del mundo sin Rembrandt, Poe, Baudelaire o Rimbaud? ¿Qué sería del arte sin el perdedor, el fracasado, el repudiado y el incomprendido? Ahí radica la rebeldía de sus personajes. En Nicholas Ray se hace carne esa sentencia casi bíblica del filósofo Emil Cioran que dice: «Sin una pizca de locura el lirismo es imposible». Amén.

Ward Bond, Ida Lupino y Robert Ryan. 

VALORACIÓN: 7/10

martes, 2 de noviembre de 2021

FUEGO EN EL CUERPO

La he vuelto a visionar, aunque también creo que es posible que nunca lo hubiese hecho antes, al menos por completo, y acaso un halo de miticismo personal haya envuelto en todos estos largos años a este filme y el conjunto de imágenes que lo forman. La escena que recuerdo, no de la propia película, era algo así: pocos minutos antes de entrar en clase, aún en el colegio, en un corrillo de cuatro o cinco compañeros de pupitre, con unos doce o trece años de edad, tratábamos de hilvanar la trama de la historia que cada uno había presenciado fragmentada y furtivamente en uno de los dos únicos canales de televisión posibles, y cuando los rombos ocupaban un lugar destacado en la pantalla del televisor en lugar del «Parental Advisory. Explicit Content». Todo aquel día, desde la mañana, durante el recreo, y alargándose hasta las clases de la tarde, buscábamos un momento para seguir hablando de la película, completamente obnubilados por la historia y por supuesto por las escenas de las que era protagonista la sugerente Kathleen Turner. 

Fuego en el cuerpo (Body Heat, 1981) es la enésima revisión del argumento de James M. Cain, el legendario escritor de novelas hardboiled que tanto hizo por el noir con tres títulos imprescindibles: El cartero siempre llama dos veces, Mildred Pierce y Perdición, argumento de este último del que Billy Wilder se sirvió para firmar una verdadera obra maestra del género y por supuesto de la historia del cine. Y digo que es un argumento clásico pues éste ya aparece en 1943 en Obsesión, de Luchino Visconti (basándose igualmente en la novela de Cain) y en las dos versiones de las ya citadas El cartero siempre llama dos veces (1940 y 1981) así como en Perdición (1944). Deseos humanos, la película de Fritz Lang, basada en una novela de Émile Zola (como La bestia humana de Jean Renoir), supone un interruptus en el argumento, ya que el amante nunca llega a ejecutar el asesinato. 

Fuego en el cuerpo tiene lugar en Florida, una noche de soporífero calor, cuando el abogado Ned Racine (William Hurt) queda turbado al encontrarse con Matty Walker (Kathleen Turner), una fascinante y misteriosa mujer casada con Richard Crenna (Edmund Walker), hombre de negocios que pasa la mayor parte del tiempo fuera de su hogar. Racine se obsesiona con ella ipso facto y su única finalidad es la de hacerla suya por todos los medios. Pasado un breve tiempo Matty le propone asesinar a su marido y vivir juntos a costa de la suculenta herencia que recibirá; pero todo era una farsa. Y con esta trama tan manida (y aun así subyugante) Lawrence Kasdan erige un monumento al cine negro más auténtico, visto por última vez en el Chinatown que en 1974 dirigió Roman Polanski y sabor que volveremos a degustar en 1990 con Los dos Jakes, dirigida y protagonizada por Jack Nicholson y de la que soy un ferviente defensor. Es una pena que Lawrence Kasdan, un cineasta que tanto prometía en los años 80, siendo guionista de películas como Star Wars: El Imperio contraatacaEn busca del arca perdida, y tras dirigir los westerns Silverado Wyatt Earp (el primero más conseguido que el segundo), quedase tristemente varado, en un caso parecido al de Brian De Palma. 

Tabaco, jazz y voluptuosidad; cubitos de hielo que enfrían dos cuerpos ardientes en el interior de una bañera; nocturnidad y alevosía; un perfume que intuimos y la mayor sensación de calor imaginable, copones de alcohol y el té helado que bebe Peter Lowenstein (Ted Danson), asistente del fiscal y amigo de Ned Racine; sudor y camisas empapadas, más noir que neo-noir, más sensual que todas las anteriores películas, y todo aderezado de la seductora música compuesta por John Barry (el autor, de entre otras, de Bailando con lobos y Memorias de África, en la que años más tarde escucharemos ecos musicales de este Fuego en el cuerpo). La cinta, que como en las mejores obras de cine negro, se vale de los antológicos diálogos ideados por Kasdan, certeros, subidos de tono y envueltos en un elegante erotismo, queda marcada por tres incendios y el consiguiente fuego, hasta el definitorio punto de inflexión que supone el asesinato, en el que tras toda una larga serie de noches infernales de calor todo queda envuelto en una niebla fantasmal. Casi al final de la historia Matty aparece vestida de blanco, espectral, como Kathie Moffat (Jane Greer) en Retorno al pasado, hasta su huida a un lugar paradisíaco, encumbrada definitivamente en femme fatale; no podía ser de otra forma.

Con el paso de los años, y visto desde la óptica personal que ofrece este tiempo vivido, todos aquellos muchachos, que ya empezábamos a sentir de manera poderosa el despertar de la adolescencia, nos deleitamos con Fuego en el cuerpo (probablemente sólo con un puñado de fotogramas) como si contemplásemos los lienzos de Edward Hopper en los que aparece una mujer solitaria, e inmersos en el deseo gozoso y confuso del voyeur


VALORACIÓN: 8.5/10

domingo, 24 de octubre de 2021

LA CASA DEL RÍO

Aunque La casa del río (House by the River, 1950) es un filme menor de Fritz Lang, no por ello deja de ser un sugestivo y magnífico ejemplo que encierra todos los ingredientes de la singular concepción cinematográfica del cineasta de origen austríaco. Dentro de estos minors que ocupan una parte central en su filmografía, y más en concreto en el cine negro en el que se desenvolvió de manera magistral (amén de ser uno de los padres del thriller psicológico), nos encontramos junto a La casa del río, Secreto tras la puerta (1947) y Gardenia Azul (1953), producciones posteriores a obras maestras como La mujer del cuadro (1944) y Perversidad (1945), y años antes de Los sobornados (1953) y Deseos humanos (1954). 

La sinopsis de la película es simple: Stephen Byrne (Louis Hayward), un escritor que se consume en su tedioso fracaso, mata de manera accidental (hecho que tanto se asemeja al Detour de Ulmer) a su atractiva doncella cuando su esposa Marjorie (Jane Wyatt) se encuentra ausente. Stephen le cuenta lo sucedido a su hermano John (Lee Bowman) y le pide que le preste ayuda para deshacerse del cadáver, y de esta guisa comienza La casa del río, basada en una novela de A.P. Herbert y guión de Mel Dinelli, es uno de los filmes de Fritz Lang menos conocidos y más difíciles de encontrar para su visionado, si bien intuyo que ahora con las plataformas de cine este problema habrá quedado subsanado. En EE.UU. la película no tuvo aceptación mientras que en Europa no fue estrenada en gran parte de los países, entre ellos en España, circunstancia que explica su rotundo fracaso comercial.  

La casa en la que se desarrollan los hechos se encuentra a orillas de un río, el lugar en el que los hermanos arrojan el cuerpo de la criada, pero no sólo es un río, es también una metáfora sobre la que la jardinera ya presagia, al comienzo de la cinta, que algo va a ocurrir, y como en La escalera de caracol de Robert Siodmak, y ayudado por la fantástica fotografía de Edward Cronjager (algún día habría que redactar un extenso apunte hablando del papel fundamental de los directores de fotografía de los años 40 y 50), Lang no desaprovecha las posibilidades que ésta le ofrece: picados y contrapicados, escaleras, puertas y largos pasillos, cortinas, sombras... encontrándonos con todos esos elementos del universo Lang como son la culpa, el fatum (el destino está escrito), el concepto onírico y fantasmagórico (como cuando Stephen cree ver el fantasma de la doncella) o la simbología (la casa, el río, el pez dando saltos en el agua, la vela y el espejo)... asistiendo a los sinuosos caminos por los que transita el ser humano, personificados en la malvada mente de Stephen, que jugando con la bondad y debilidad de su hermano John, que presenta una ostensible cojera, origina que caiga sobre éste la culpa del asesinato, pero la moraleja que nos ofrece su director es que también los malvados tiene el final que se merecen (cuando el protagonista pierde la vida al enredarse con las cortinas y caer por las escaleras.), una película que guarda relación con un escabroso asunto personal en la vida de Lang, ya que se da la macabra circunstancia que su primera esposa, Lisa Rosenthal, murió en 1921 en circunstancias misteriosas cuando le alcanzó una bala, hecho que nunca fue esclarecido y sospechas que siempre persiguieron al cineasta.

Fritz Lang, que, como Hitchcock, con el que tanto tiene en común, era tan proclive a mostrar las pulsiones humanas y la retorcida psique, quiso que la doncella fuese una chica negra, si bien el código Hays censuró su fantástica idea y atrevimiento. En aquella época no fue posible, pero mucho me temo que las hordas dictatoriales de lo políticamente correcto tampoco lo hubiesen permitido en nuestro deplorable momento, ni eso ni tantas cosas, ya a las puertas de la prohibición de todo cuanto no se ajuste a su estrechez de miras.

Los actores Louis Hayward y Lee Bowman arrojando el cadáver de la doncella al río.

VALORACIÓN: 7/10

miércoles, 20 de octubre de 2021

MANOLETE

No recuerdo una crítica tan despiadada hacia una película de la que tanto se esperaba, como con Manolete (Manolete/The Passion Within/Blood and Passion/A Matador's Mistress, 2008), dirigida por el neerlandés Menno Meyjes (guionista de El color púrpura o Indiana Jones y la última cruzada) en un intento de poner el foco en la tormentosa relación del legendario torero con Lupe Sino, centrándose a su vez en aquella fatídica tarde en la que se dio cita con la muerte en la plaza de toros de Linares del ya lejano 28 de agosto de 1947 cuando un miura segó la vida del diestro cordobés. Lo grave de tan lacerante escarnio es que por desgracia las críticas no estaban desencaminadas.

La película de Meyjes, que no fue estrenada en España hasta agosto de 2012 (se dice que existe media docena de versiones), está interpretada por Adrien Brody en su papel de Manolete y Penélope Cruz como Lupe Sino, pero ni con un reparto más que potable, pues además contaba con Juan Echanove como Pepe Camará, apoderado de Manolete, y Santiago Segura en el papel de Guillermo González, mozo de espadas, el filme llega a funcionar. ¿Qué ha fallado?, se pregunta uno mientras lee con desinterés los títulos de crédito; pues principalmente un guión fallido y la falta de ritmo e intensidad necesaria para que una película de este estilo rinda como se espera de ella; sin lugar a dudas, y bajo mi punto de vista, los innumerables flashbacks con los que se articula no sólo no ayudaron, sino que supusieron un lastre llegando a fracturar el desarrollo de la historia.

Cualquier taurino y especialista en la vida y obra de un mito como Manolete extraerá al instante errores de bulto, pero es que las hagiografías las carga el diablo, incluso si como Meyjes se hacen desde la admiración cuasi religiosa. Al terminar de ver Manolete he sentido lo mismo que cuando hice lo propio con Eisenstein en Guanajuato, la película de Peter Greenaway que se centró en casi todo cuanto rodeaba al cineasta soviético salvo en lo que debía, con la sensación de que en ambos casos se ha desaprovechado un enorme potencial para haber creado algo especial.

Hay un momento en la fatídica corrida de toros del torero, en una interminable faena en la que no cesa de dar vueltas abrazado al toro, en el que se aprecia claramente el rostro del actor que dobla a Brody, fallo menor si se tienen en cuenta otros aspectos de una película en la que se producen diálogos y situaciones absurdas y ridículas más propias de un telefilme de fin de semana que de una obra seria (lo de papito y mamita es insoportable), como la escena en la que Lupe Sino escribe (en inglés) en el espejo con un pintalabios rojo «follas como un niño», o la horrible interpretación de Nacho Aldeguer dando vida a Luis Miguel Dominguín, y en definitiva un Manolete tristemente distorsionado.

Y a pesar de todo, acaso sea por la mística que irradia el personaje y por su parte mítica, a mí la película no me desagrada por completo, con algunos buenos primeros y primerísimos planos, algún que otro cenital, y ganándome en especial la estética, las localizaciones y decorados, la excelente dirección artística de Salvador Parra unida a la fotografía y el tratamiento de la luz empleado por Robert Yeoman, así como el vestuario y la ambientación y magnífica caracterización de Brody como Manolete (incluida la famosa cicatriz en la mejilla izquierda de una cornada anterior a la mortal), parte técnica que (para mí) salva por los pelos la película, siendo de justicia reconocer este punto para no repudiar por completo este nuevo intento de recrear la vida de Manolete, fallido como lo fue en 1948 Brindis a Manolete, dirigida por Florián Rey y con Pedro Ortega y Paquita Rico como protagonistas, o como lo fue Belmonte, dirigida por Juan Sebastián Bollaín en 1995 sobre Juan Belmonte, mítico diestro sevillano. Parece que las biografías sobre toreros en el cine están malditas; queda la amarga sensación de haber desaprovechado una ocasión de oro; otra más.

Penélope Cruz y Adrien Brody.

VALORACIÓN: 6/10