domingo, 29 de noviembre de 2020

GERTRUD

El último largometraje de Carl Theodor Dreyer, uno de los cineastas más influyentes y exquisitos de la historia del cine, fue Gertrud (Gertrud, 1964), que se erige como el testamento visual del director danés y curiosamente se acerca a una temática tan cercana a la de Ingmar Bergman, si bien el danés lo hace de manera menos visceral y más mística que de la que hace uso el director sueco. 

La película, construida sobre una figura femenina y tres hombres, comienza con la decisión de Gertrud (Nina Pens Rode) de abandonar a su marido Gustav (Bendt Rothe) cuando éste está a punto de ser nombrado ministro, confesándole sin tapujos que está enamorada de una persona más joven que ella (del pianista Erland Jansson, al que da vida Baard Owe), un complejo trío amoroso al que se le suma de manera pasiva el poeta Gabriel Lidman (Ebbe Rode), y por cierto marido de Nina Pens Rode en la vida real, que aunque sigue enamorado de Gertrud, sabe que su amor es imposible.   

La sensación que uno tiene al visionar Gertrud es la de estar sentado presenciando una pieza de teatro (como ocurre con La palabra), no en vano la película se sustenta de la obra homónima del escritor sueco Hjalmar Söderberg, que a su vez se basa en su propia experiencia personal y que Dreyer convierte en el último alegato de un cine ya extinto, con una economía de medios propia del luteranismo pero mediante planos fijos, planos secuencias y flashbacks, los reflejos de los protagonistas en los espejos y la iluminación pictórica de sus rostros, en especial el de Gertrud (la fotografía corre a cargo de Henning Bendtsen), en el que tengo que destacar un plano secuencia delicioso, que se produce cuando la cámara sigue a Gertrud, que se introduce en el dormitorio mientras Gustav toca el piano y en la pared se refleja su sombra y apreciamos con total nitidez cómo se desviste. 

Gertrud es una simple historia de relaciones humanas, de frustraciones, de amor y de desafección, en la que tiene como epicentro a Gertrud, con una emocionante elipsis final a modo de epílogo que pone los vellos de punta y deja al espectador al borde de las lágrimas. ¡Gracias, Carl!  


VALORACIÓN: 8.5/10

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