viernes, 11 de junio de 2021

LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS

A muchos espectadores les sorprenderá que Don Siegel, maestro del que Clint Eastwood aprendió a hacer películas, sea el director de La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), filme que reúne elementos de la cultura popular norteamericana surgida tras la II Guerra Mundial y que basándose en una novela de Jack Finney, y guionizada por Daniel Mainwaring (Retorno al pasado), firma una verdadera joya de la ciencia ficción. El protagonista principal es el doctor Miles Bennell (Kevin McCarthy), al que todos conocen y respetan, que tras una ausencia regresa a la pequeña población californiana de Santa Mira para percibir de inmediato el ambiente enrarecido que se respira en sus calles y una extraña situación: los lugareños afirman no seguir reconociendo a sus allegados.

Rodada en Superscope, un formato muy atractivo para este tipo de cine, La invasión de los ladrones de cuerpos es una auténtica serie B, si bien su exiguo presupuesto no fue óbice para filmar una obra maestra como ya hicieran previamente los Jacques Tourneur, Edgar G. Ulmer o Joseph H. Lewis, una película que aparenta ser un noir y que con una voz en off introduce la historia y se articula mediante un larguísimo flashback que ocupa casi todo el metraje, enlazando fabulosas escenas nocturnas al compás de la inquietante música compuesta por Carmen Dragon (que es un hombre, a pesar de lo que pudiera indicar su nombre) mientras el vehículo de Miles cruza las calles del pueblo acompañado por su inseparable Becky (Dana Wynter), antigua pareja, dejándome maravillado la forma que ambos tienen de acceder al coche, como cuando ella se sube a éste y se lo deja a Miles en marcha pasándose al otro asiento, o la escena en la que el protagonista lo deja sobre la acera apeándose sin echar el freno de mano.  

El sueño es el elemento clave de la trama, pues cuando éste se apodera de los habitantes de Santa Mira comienzan a desarrollarse de unas enormes y fabulosas vainas los cuerpos en una suerte de duplicación hasta que las personas quedan completamente suplantadas, quedando desprovistas de todo sentimiento e inmersos en una absoluta deshumanización: «El amor no es necesario», afirma uno de los «suplantados», sin que Siegel necesite de efectos especiales, con una absoluta economía de medios pero sirviéndose de una dirección fabulosa para llevar a cabo esta historia. Quedan para el recuerdo los primeros planos de los protagonistas, perfectos transmisores de todo el terror de la situación; el plano secuencia en un tétrico restaurante vacío, o en el tramo final la escena en la mina abandonada en la que Miles y Becky se encuentran ocultos bajo unas tablas de madera y por las rendijas observan pasar a los mutantes. 

Ingeniosa y envolvente desde los títulos de crédito (Sam Peckinpah hace un pequeño papel), algunos han visto en esta película una terrorífica fábula: unos contra el auge del comunismo en EE.UU., y otros por todo lo contrario: la Caza de brujas del maccarthismo que tanto afectó a Hollywood en los años 50. Para disfrutar plenamente del cine prefiero en un primer instante despojar al argumento de cualquier aspecto metafórico y simbólico, aunque resulte casi imposible, pues incluso a mí me ha recordado a La peste de Camus, si bien no es necesario recurrir a interpretaciones ideológicas para disfrutar de una película única que sigue causando conmoción tantas décadas después y a pesar (o acaso por eso) de la actual tecnología de los efectos especiales en el mundo del cine. 

El actor Kevin McCarthy da vida al médico Miles Bennell. 

VALORACIÓN: 8.5/10


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