miércoles, 9 de diciembre de 2020

BAILANDO CON LOBOS

La esquela del western clásico quedó rubricada allá por los años sesenta, coincidiendo curiosamente con la irrupción del eurowestern, que era un cine del oeste tan diferente que el purista no lo considera sino como una malformación, o simplemente una pesadilla, por lo que se conforma con seguir visionando una y otra vez las obras de Ford, Walsh, Hawks, o aquellas de los menos ortodoxos como lo fueron Peckinpah, Fuller o Boetticher. 

El intento de recuperar el género que se produjo en las dos últimas décadas del siglo pasado, en especial en sus últimos años, no fue sino un espejismo, una quimera, hermosa, pero imposible, pues el western ya había muerto y las productoras apenas mostraban interés por un género que creían ya había todo de sí. Buena muestra de aquel intento fueron los filmes de Eastwood, Kasdam, Walter Hill, e incluso Jarmusch, y por supuesto Kevin Costner, que en Bailando con lobos (Dances with Wolves, 1990) ofrece una visión diferente del viejo oeste basándose en la historia escrita por Michael Blake. 

La primera hora de Costner es pura poesía en cualquiera de sus aspectos, con una idílica fotografía a cargo de Dean Semler que viene acompañada de una de las grandes bandas sonoras de las últimas décadas, compuesta por John Barry, así como con la sobresaliente actuación del propio Costner.

La historia guarda similitud con Centauros del desierto, con la diferencia que el filme de Costner se posiciona claramente a favor de los indios, y el de Ford es justamente lo contrario. Merece la pena leer asimismo la novela en la que se basa, historia de la que no difiere en absoluto de su versión cinematográfica, que suelo revisar al menos una vez por año, como una especie de tradición no escrita, y cuando la pasan por televisión es tal su magnetismo, que soy incapaz de no sentarme y disfrutar de ella, aunque el día anterior ya la hubiese visto. 


 VALORACIÓN: 9.5/10

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